Herzog por Herzog 03 Oct 2014
ADN | La Nación | Redacción
En Herzog por Herzog (El cuenco de plata), el director de La cueva de los sueños olvidados realiza, con la guía del crítico Paul Cronin, un apasionante recuento de su prolífica carrera. En los fragmentos que anticipamos, el creador explica su concepción física del cine y dos obras clave de su filmografía: El enigma de Kaspar Hauser y Fitzcarraldo.
-Una idea que aparece constantemente en nuestras conversaciones es su célebre máxima herzogiana: "filmar películas es un procedimiento atlético, no estético".
-Cuando era niño practicaba salto de esquí. En circunstancias normales, al despegar de la rampa hay que echar la cabeza hacia atrás al caer, pero nosotros embestíamos con las cabezas hacia adelante, como al zambullirse. Lo hacíamos así para neutralizar la presión del aire, que tiende a empujarte hacia atrás. Es como si alguien diera un salto suicida desde gran altura y se arrepintiera de su decisión al darse cuenta, a mitad de camino en el vacío, de que nadie puede ayudarlo. Lo mismo pasa cuando se filma una película. Una vez que se empieza, ya nadie puede ayudarte. Uno tiene que superar sus miedos y llevar el proyecto a una conclusión.
Todos los que hacen películas deben ser atletas en cierto grado porque el cine no nace del pensamiento académico abstracto; nace de tus rodillas y de tus muslos. Y también deben estar dispuestos a trabajar veinticuatro horas diarias. Cualquiera que haya hecho una película -y la mayoría de los críticos jamás han estado detrás de una cámara- lo sabe. Yo también intento hacer personalmente la mayor parte de la preproducción -sobre todo la búsqueda de los escenarios naturales- cuando filmo una película. Soy experto en entender y leer cartografías y, munido de un buen mapa, no me resulta difícil imaginar dónde encontraré los paisajes y ambientes que busco. Por supuesto que es imposible hacer todo yo solo y por eso tengo un equipo de asistentes y productores muy eficaces y comprometidos con el trabajo. Pero aprendí, de la peor manera, que es fundamental saber por anticipado qué puede depararme un escenario natural. Durante el rodaje de una película siempre hay sorpresas, pero si hice bien mi tarea de preproducción necesariamente tendré una idea bastante acertada de lo que me depararán las próximas semanas. Siempre hay grandes fuerzas contrarias durante el rodaje de una película, pero si durante la preproducción compruebo que mis planes originales por algún motivo no son factibles, inmediatamente modifico la escena.
Más de una vez he dicho que me gusta llevar copias de mis películas. Pesan más de veinte kilos atadas todas juntas con una soga. No es una experiencia agradable cargar con semejante bulto, pero me encanta bajarlas del auto y llevarlas a una sala de proyección. Es un verdadero alivio sentir el peso y después quitárselo de encima: es la última etapa del acto visceral de filmar películas. Y jamás uso megáfono cuando dirijo; hablo tan alto como sea necesario para hacerme escuchar, pero siempre me cuido de no gritar. Tampoco utilizo visor y jamás señalo con el dedo.
Seguiré filmando películas siempre y cuando continúe siendo físicamente apto para hacerlo. Prefiero perder un ojo a perder una pierna. Para serle franco, si mañana perdiera una pierna dejaría de filmar aunque mi mente y mi vista continuaran estando en perfectas condiciones.
-Usted mencionó su amor por el salto de esquí y también comentó que había integrado un equipo de fútbol en Múnich. ¿Siempre tuvo esa fascinación por la actividad física?
-Toda mi vida estuve relacionado con el atletismo. Fui esquiador y jugador de fútbol hasta que sufrí un accidente grave. No obstante, cuando filmo una película, la gente siempre piensa que es producto de una idea académica abstracta sobre el desarrollo de la trama o de una teoría intelectual de cómo debería funcionar "la narración". Cuando dirijo una película me siento como el entrenador de un equipo de fútbol que les ha suministrado tácticas a sus jugadores para llevar adelante el partido pero sabe que es vital que los jugadores reaccionen ante las situaciones inesperadas. Saber usar el espacio que me rodeaba era mi única cualidad como futbolista de vuelo bajo. Jugué para un equipo de tercera división durante años y anoté montones de goles, aunque técnicamente casi todos eran mucho más veloces y mejores jugadores que yo. Pero yo sabía leer el juego y casi siempre estaba en el lugar donde aterrizaba la pelota. Cuando pateaba no veía los dos postes y la barra horizontal, pero sabía dónde estaba el arco. Si me hubiera puesto a pensar seriamente en lo que estaba haciendo, mi juego se habría desbaratado en cuestión de segundos y la pelota habría sido bloqueada por cinco defensores. Es lo mismo que hacer películas. Cuando uno ve algo, no debe perder tiempo en deliberaciones estructurales. Debe tirarse de cabeza, físicamente, sin miedo.
Cuando filmo interiores, por ejemplo, siempre trabajo en estrecha cooperación con el escenógrafo y juntos movemos los objetos pesados si es necesario, por ejemplo empujamos el piano de un rincón a otro para ver si queda bien. Si nos parece que no queda bien, volvemos a moverlo. Reorganizar con mis propias manos el mobiliario de una habitación me otorga el conocimiento físico necesario para operar dentro de ese espacio. Este tipo de conocimiento -esta capacidad de orientación absoluta dentro de un espacio dado- ha decidido más de una batalla importante a mi favor. Para un director es vital conocer el espacio donde filmará, de modo que cuando lleguen los actores y el equipo técnico sepa exactamente qué lente utilizará en la toma y hacia dónde apuntará la cámara. Si resuelvo esas cosas por anticipado, luego puedo distribuir rápidamente a los actores frente a la cámara sin perder tiempo.
Hay una escena muy breve en El enigma de Kaspar Hauser , que fue filmada en un jardín al que le dedicamos seis meses de trabajo durante la etapa de preproducción. Antes de nuestra llegada era un sembrado de papas. Yo mismo planté allí frutillas y arvejas y flores, no sólo para lograr el aspecto de los jardines paisajísticos de la época sino para saber exactamente dónde estaba cada planta y cada hortaliza y poder moverme fluidamente por ese espacio cuando llegara el momento de filmar. O por ejemplo la escena de la muerte de Kaspar, en la que aparecen varias personas rodeando su cama. Hay un equilibrio perfecto en el espacio, es como un retablo humano, pero lo armamos en segundos sin tener una estética previamente planeada. Usted no lograría llenar ese espacio de una manera más eficaz ni aunque le diera tres días para mover a los actores de un lugar a otro a fin de encontrar una imagen más equilibrada. El resultado final fue producto de mi total e inmediato conocimiento físico del espacio donde filmábamos, de saber qué aspecto tenían los actores con sus ropas y dónde estaba parado exactamente cada uno, de saber dónde estaba la cámara y qué lente estábamos usando. [...]
El enigma de Kaspar Hauser
-Una de las críticas que [el crítico estadounidense John] Simon le hizo a Kaspar Hauser y que fue recogida por otros críticos -¿tal vez podríamos decir que Simon empieza a marcar tendencia?- es que era una película históricamente imprecisa y que el ejemplo más obvio de esa imprecisión era que Bruno S., un hombre de cuarenta años, interpretara a un chico de dieciséis.
-¡Pero Bruno parece un chico de dieciséis años, maldita sea! Y daba tan increíblemente bien en la pantalla. Tiene mucha potencia y profundidad, y me conmueve más profundamente que ningún otro actor en el mundo. Se entregó por completo al personaje e hizo tan bien lo que requería, pudiendo distanciarse de todo lo que sabía del mundo, incluso olvidando cómo rascarse. Bruno es el actor más cooperativo e intuitivo con el que trabajé. En esta película la edad no tiene la menor importancia. Es mucho más significativo que Bruno irradie semejante dignidad humana radical.
¿A quién le importa la edad del actor? Ésa es la diferencia entre la historia con mayúscula y contar historias. Yo soy director de cine, no historiador, y digo que no tiene ninguna importancia que el actor tenga cuarenta y un años o setenta y cuatro y haga de adolescente. En la película nunca se menciona cuántos años tiene Kaspar, de modo que esa clase de crítica surge de las supuestas omisiones que la gente suele endilgarles a las películas, los libros o las pinturas que tienen como protagonistas a figuras históricas reales. El enigma de Kaspar Hauser no es un drama histórico sobre la Alemania del siglo XVIII, ni tampoco pretende ser una narración ciento por ciento factualmente correcta de la historia de Kaspar, del mismo modo que Lecciones en la oscuridad no es un documental político sobre la invasión iraquí a Kuwait. Son simplemente dos películas que cuentan una historia particular. De todos modos, nadie puede decir desde una perspectiva genuinamente histórica cuántos años tenía el Kaspar real, aunque existen suposiciones bastante plausibles de que debía tener entre dieciséis y diecisiete años cuando lo obligaron a salir a la luz como un expósito que ni siquiera podía caminar como Dios manda.
-Más allá de los hechos históricos, ¿de qué se trata la película?
-La historia de Kaspar cuenta lo que la civilización nos hace a todos, cómo nos deforma y nos destruye metiéndonos dentro del redil social; en el caso de Kaspar, esa anquilosante y estancada existencia burguesa. Kaspar era un joven que apareció en Nüremberg en 1828. Cuando la gente de la ciudad intentó comunicarse con él, quedó en evidencia que había pasado toda su vida encerrado en una mazmorra oscura atado al suelo con su propio cinturón. Nunca había tenido contacto con seres humanos, porque la comida era ingresada a su celda cada noche mientras él dormía. Jamás se enteró de que existían otros seres humanos e incluso creía que el cinturón que lo forzaba a permanecer sentado era parte natural de su anatomía. Un par de años después de haber sido adoptado por la ciudad, corrió el rumor de que Kaspar estaba escribiendo su autobiografía. Poco más tarde hubo un primer atentado contra su vida, seguido por el asesinato. Habían pasado casi dos años y medio desde que fuera encontrado en la plaza principal de la ciudad y hasta hoy no se sabe con certeza quién fue su asesino.
Kaspar fue brutalmente arrojado al mundo siendo un joven que no había experimentado bajo ningún aspecto la sociedad humana. Es el único caso conocido en la historia de la humanidad de un individuo que "nació" siendo ya adulto. Llegó a la sociedad sin haber vivido su infancia y fue obligado a comprimir todos esos años en un breve lapso de dos años y medio. Con el tiempo Kaspar llegó a hablar muy bien. Aprendió a escribir e incluso tocaba el piano.
A mi entender éste es el elemento más interesante de su historia y el motivo por el cual El enigma de Kaspar Hauser no es una película histórica. Transcurre en un nivel por completo diferente del drama histórico clásico y su tema central -la condición humana- es atemporal. No importa ni interesa quién era ese chico en realidad, además de que jamás podremos saberlo con certeza. [...]
La historia de Fitzcarraldo
-¿Cuál fue el punto de partida de la historia de Brian Sweeney, ese hombre que ama tanto a Caruso que quiere construir un teatro lírico en la selva e invitar al tenor mundialmente famoso a cantar en la noche de la inauguración?
-Dos cosas me estimularon a filmar esa película. La primera sucedió muchos años antes de que se me ocurriera la historia, mientras buscaba escenarios naturales para otra película en la costa de Bretaña. Una noche llegué a un lugar llamado Carnac y súbitamente me encontré en un inmenso campo de menhires clavados en la tierra, algunos de casi diez metros de altura y varias toneladas de peso. Kilómetros de menhires que avanzan en hileras paralelas hasta los cerros, deben ser unos cuatro mil. Pensé que estaba soñando, no podía creer lo que veían mis ojos. Compré una guía de turismo y allí leí que la ciencia aún no tiene una explicación clara de cómo fueron trasladados por tierra hasta ese lugar esos enormes bloques hace 8000 a 10.000 años ni tampoco de cómo hicieron para colocarlos en posición vertical contando sólo con las herramientas de la Edad de Piedra. Eso despertó mi interés y decidí que no me marcharía de allí hasta no haber descubierto un método para erigir las piedras con herramientas primitivas. Partamos del supuesto de que en aquellos tiempos el hombre sólo tenía cuerdas de cáñamo y taparrabos de cuero. [...]
Entonces el mismo amigo que unos años atrás me había ayudado a conseguir dinero para Aguirre me dijo que deberíamos volver a filmar otra película en la selva. Yo le dije que no quería filmar una película en la selva por el mero hecho de filmar en la selva, que necesitaba una historia sólida. Y él me contó la historia real de José Fermín Fitzcarrald, un magnate del caucho de fines y comienzo de siglo fabulosamente rico en la vida real, un hombre que aparentemente tenía un ejército privado de 5000 soldados y un territorio del tamaño de Bélgica. Todo eso no alcanzaba para hacer una película, salvo por un detalle que mi amigo mencionó por casualidad: en cierta ocasión Fitzcarrald había desarmado un barco, lo había trasladado por tierra de un río a otro, y lo había vuelto a armar al llegar al tributario. Y ahí tenía mi historia: no una historia sobre el caucho sino una gran ópera en medio de la selva con ese componente de Sísifo. El Fitzcarrald real no es un personaje muy interesante per se , no es más que otro desagradable hombre de negocios del siglo XIX.
Y la historia de la explotación del caucho en Perú no me interesaba en lo más mínimo. El amor por la música de Fitzcarraldo fue idea mía, aunque es cierto que los magnates del caucho del siglo XIX construyeron un teatro lírico -el Teatro Amazonas- en Manaos. Los elementos históricos reales de la trama fueron solamente un punto de partida. En mi versión de los hechos, para conseguir dinero para construir un teatro lírico en la selva Fitzcarraldo lleva un barco hasta un río tributario y, con la ayuda de un millar de nativos, traslada el barco montaña arriba hasta un río paralelo flanqueado por millones de árboles del caucho pero inaccesible debido a los rápidos del Pongo das Mortes. Pensando en los menhires de Carnac, me pregunté: "¿Cómo hago para subir entero un inmenso barco de vapor por la cuesta de una montaña?". Aunque la película transcurre en una geografía inventada, desde un principio supe que para poder contar esa historia tendríamos que trasladar un barco real cuesta arriba por una montaña de verdad. [...]