Notre-Dame-des-Fleurs 08 Feb 2024

Jean Genet y su fervor de mano larga

Revista Ñ | Gabriel Sanchéz Sorondo

En su novela Notre-Dame-des-Fleurs el gran autor francés retrata un mundo de violencia y marginalidad. Nueva y excelente traducción de Silvio Mattoni.

 

Jean Genet es, además de escritor, personaje. Esta particularidad –si se quiere, formal– hace a la lectura de su obra, e hizo a su escritura. Le gustaba, por ejemplo, mechar, en plena espesura de su relato, paréntesis largos que en realidad son su voz.

La imaginamos raspada, al confesar en secreto: “Mis libros ¿serán alguna vez algo más que un pretexto para mostrar a un soldado vestido de azul, un ángel y un negro fraternales jugando a los dados o a la payana en una presión oscura o clara?”. Voz que ironiza, porque donde alega un “pretexto” en realidad señala médula espinal: cuanto Genet escribe, escarba en la fraternidad contradictoria –cruel y amorosa– de la condición humana.

Entrar en su tono, en su historia, en esta y todas, implica aceptar la dimensión lisérgica que renombra las cosas, quizás porque dichas de otro modo, con técnica veracidad, sería demasiado e innecesario.

Genet, entonces, narra su bosque, sus reinas, sus fastos, sus muertes estelares, sus amores, cuando en realidad está contando la cárcel, el asesinato, la marginalidad, la violación: un mundo que él mismo –temprano habitante de reformatorios, taxi boy, linyera– conoce bien.

Notre-Dame-des-Fleurs es punto de partida y traza coordenadas de ese mismo viaje no lineal en su obra posterior con variantes de un mismo asunto: las profundidades de los márgenes declaradas desde allí, en tiempo y lugar, por víctimas y victimarios en similar sintonía, en su emblemática Querelle de Brest, o la revulsiva Las criadas, que deschava –en este último caso, sobre tablas, shakespeareanamente– un drama voluntariamente escondido, siniestro.

No le importa el trabajo de ayudarnos a entender, seguir, organizar mentalmente los hechos que narra. Como en Alicia en el país… pero dark, el narrador –un convicto que cuenta desde su celda, mientras espera sentencia– evoca a Divina (la primera travesti heroica de la literatura), muerta de tuberculosis tras su frenética vida. El preso relator se involucra y pronuncia como corifeo, en el marco de cierto caos refiere el entierro de la transexual y una procesión de hechos superpuestos: porno blanco y negro, amores, traiciones, reconocimientos. La continuidad de estas primeras páginas es confusa, escarpada. Pero la heroína se agiganta y su aura tiende a reverberar.

Desde esa figura protagónica que en los tempranos años 1940 no pasaba desapercibida, Genet devino referente, contracultura pura, celebrado por los popes: Jean-Paul Sartre le dedicó una biografía (San Genet, comediante y mártir), David Bowie una canción (Jean Genie), Jean Cocteau lo rebautizó “la Bomba Genet”.

Decir denuncia ofendería su belleza animal con una direccionalidad. Ese no es el ánimo de narradores poetas, como Genet: “Mi corazón palpita a toda marcha, es el redoble de tambor de una ciudad que se rinde. Y produce un fervor comparable al que me desfiguró”. Desde estas páginas escritas a sus 33 años, mientras cumplía condena en el penal de Fresnes –una colonia superpoblada y sórdida que todavía se jacta de ser la segunda cárcel más grande de Europa– Genet abre las puertas de un infierno propio, singularísimo, nuevo en su época.

Canta desde el abismo y deslumbra. Notre-Dame-des-Fleurs nace con una muerte y el viento de los hechos la afila a contrapelo hasta sacarle un brillo inesperado, emulando en parte la parábola –en este caso no moral, ni lineal– que recuerda un poco a la de la oruga devenida mariposa.

Genet hace florido aquello que, desde el desconocimiento lector, comienza espantando. Y su relator suena a quien delira bajo el efecto de algo, acaso de una sustancia reveladora. Pero es la palabra contagiada de sí la que describe y nomina: la palabra que enferma, cura o salva.

El artilugio nace manchado de deseo, como el malditismo que anticiparon sus bardos compatriotas. Por eso, aun cuando el relato deje expuestas aquellas modificaciones exaltadas para engalanar lo que en el fondo pareciera roto, la duda está echada: sobre el bien y el mal, sobre la justicia, sobre el amor, sobre la belleza.