La mujer desnuda 25 Jun 2022

La subversión es el cuerpo desnudo de una mujer

Revista Ñ | Verónica Boix

Se recupera la primera novela de Armonía Somers, una escritora singular, de corte surrealista.

 

Rebeca Linke cumple 30 años, se corta la cabeza, vuelve a ponérsela y sale desnuda hacia el bosque. En el camino, la revolución. En una línea puede resumirse La mujer desnuda, primera novela de Armonía Somers. Sin embargo, el valor subversivo no está ahí, sino en la voz que encuentra para nombrar todo lo que el siglo veinte mantenía bien oculto bajo la fachada de una sociedad moderna.

La primera publicación fue un escándalo en Montevideo. Salió en 1950 en dos números de la revista Clima y ni siquiera la entendió la llamada Generación crítica del 45, ese grupo de pensadores que se creían de vanguardia. Se especuló sobre quién estaría detrás del seudónimo; se dijo que eran los juegos de un grupo de escritores o los desvaríos de un poeta consagrado. Nadie sospechó que detrás de esta obra perturbadora se escondía Armonía Liropeya Etchepare Locino, una maestra de escuela que los alumnos adoraban.

Más adelante, en 1966 la novela se editó en forma de libro, solo que con modificaciones significativas que la misma Somers había hecho; acaso por las críticas que recibió, centradas en la supuesta obscenidad de las escenas sexuales. Como fuera, la versión original quedó enterrada en el olvido. Al menos hasta hoy que vuelve a publicarse en una edición ilustrada por Caro Ocampo, con prólogo de Gabriela Borrelli. No hay que ser experto ni feminista para entender por qué Mario Benedetti y su grupo tambalearon al leerla.

La historia que narra es esencialmente la misma, solo que las escenas están articuladas de manera más concreta, menos onírica. Rebeca se corta la cabeza y sale desnuda. Parece una mujer más loca, menos soñadora que la modificada en la segunda versión. Y sin duda es la misma. A su paso, el bosque, el río, los animales, los hombres, incluso los niños, se ven interpelados, quedan desnudos frente a sí mismos.

Todo lo que en 1950 es frontalidad, en 1966 alcanza una atmósfera surrealista imperfecta, irracional, tan intuitiva como poderosa. En el fondo, la diferencia más profunda se centra en la sexualidad femenina y el modo en que aparece. En la original, la mujer desnuda es una mujer deseante, su sexualidad es directa, explícita, por momentos pornográfica. En la versión de 1966, en cambio, es más perturbadora; metáforas e imágenes remiten a lo sensual pero siempre cubiertas de cierto velo tortuoso.

La experiencia de leer la versión original es más terrenal, más directa, pero surrealista hasta la médula. En otras palabras, el pulso poético, las metáforas desbordadas y el simbolismo –marca del estilo de Somers– ya están presentes. “El hombre volvió a tenerla estrechamente presa. Sentía él los pechos tensos de la mujer, y ella el erizado y cosquilleante mundo de sus vellos. Los dos se sabían sintiendo esas cosas. Pero las vivían sin denunciársela, por muda y dulce conciencia. Ella sentía algo más del otro ser, el desperezamiento de serpiente de su sexo, allí, en su nudo oscuro, cálido y húmedo tras la burda ropa”.

Y con imágenes así, la escritora plantea las cuestiones que la pretenden vanguardista, por un lado referidas a la desnudez del cuerpo de la mujer y su impacto social; por otro, el poder de una lengua capaz de extender lo real al límite de un extrañamiento inquietante y revelador.

No puede ser casualidad que por la misma época se publicara El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Somers encarna en las escenas de la novela muchas ideas de ese ensayo que llevaron a emancipar el cuerpo femenino de los mandatos de castidad, recato y sumisión. De un modo simbólico, la escritora uruguaya se adentra en la noche de las reglas sociales y expone sus cadenas, y con un vuelo lírico oscuro, rompe con el ideal gastado de la preeminencia de la razón.